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lunes, 14 de septiembre de 2020

Fútbol; una celebración de la vida.

 


Mi historia con el fútbol

Hace apenas cinco meses que me descubrí como una mujer transgénero. Han surgido muchas dudas respecto a cómo encontrar mi lugar en la sociedad, pero uno de los más importantes, aunque pueda llegar a sonar algo banal, es ¿en dónde y con quién podré jugar fútbol?

Crecí con el fútbol como parte de la vida. Mi padre es uno de tantos ejemplos del "casi jugar como profesional" y fue mi primer gran ídolo del fútbol. Verlo volar en la portería era como ver a un superhéroe en vivo y en acción. Además crecí en una familia llena de tíos que amaban jugar fútbol. Cada sábado era casi obligatorio juntarse para la cáscara. Ahí, en cada una de las canchas improvisadas, ya fueran con pequeñas porterías de metal o simplemente con cuatro piedras, sucedían encuentros maravillosos, jugadas memorables, rivalidades a muerte y complicidades efímeras y eternas. 

Después de cada batalla, de regreso a casa de mi abuela, nos esperaba con jarras enormes con agua fresca de sandía, guayaba, ciruela, naranja, etc. Comíamos discutiendo cuales habían sido las mejores jugadas, nos reíamos de algúno que otro accidente y no faltaba el ardido que se sentaba a comer en las escaleras sin hablar con nadie. El cuerpo se enfriaba y empezaban a doler los golpes que no habíamos sentido al calor de la competencia. Ganar o perder sí era importante, pero nunca definitivo. Al siguiente sábado tendrías otra oportunidad. 

Siempre he pensado que tuve muchos hermanos mayores, en cada juego me enseñaban algo nuevo, desde cómo patear correctamente el balón hasta cómo enfrentar una derrota, pasando por tolerar al otro que no hacía bien su trabajo según mi opinión y el nunca burlarse del vencido. Ellos tuvieron un papel importante en mi desarrollo, aunque no lo supieran. 

De niño no era muy bueno, a veces me enojaba por las burlas y me iba a jugar a otra cosa. Pero nunca me dí por vencido. Mi tío Alejandro, que es apenas dos años mayor que yo, siempre fue mi compañero de entrenamiento. Crecimos viendo jugar al Brasil de los noventas, tratando de imitar a Romario, Ronaldo y Roberto Carlos, admirando la clase de Zinedine Zidane con Francia, la rapidez de Michael Owen con Inglaterra y el férreo catenaccio de Italia con Maldini. Nuestra rivalidad nos volvía cada vez mejores, el me retaba constantemente y yo a él. Cada fin de semana llegábamos con nuevos retos, competimos en dominadas, fútbol-tenis (o cuadrito, como nosotros le decíamos), filigranas que veíamos en la tele, colgábamos llantas para ver quién le daba al centro, con parte interna del pié, con parte externa, dominabamos latas de aluminio aplastadas, tirábamos penales, entre muchas cosas más. Soñábamos con ser profesionales, con entrar a la cancha en un estadio repleto de espectadores y jugar con la selección mexicana. Pero no era el fin, el fin siempre fue divertirnos y competir. 

Así fue como llegué a obtener un nivel decente. Ya en la secundaria jugaba seis o siete días a la semana, ya fuera en la escuela, afuera con mis amigos o los sábados con mis tíos. Miraba todos los partidos que podía por televisión y de vez en cuando me encontraba gritando en el estadio los goles del Morelia, o mentando madres. El fútbol se volvió mi vida. 

Después crecieron mis primos menores y se repitió el ciclo. Ahora los que antes admiramos y aprendimos nos volvimos los referentes cercanos, fue otra época maravillosa. Los más grandes se fueron ausentando pero a veces se nos unían. Aquello resultaba épico; las viejas rivalidades seguían allí, los grandes contra los chicos, los chicos contra los más chicos. La casa de mi abuela nos esperaba igual, como la guarida de siempre. 

Pero un día fuimos más los grandes que los chicos y la vida de adulto tiende siempre a sepultar las cosas realmente valiosas. Hoy nos vemos de vez en cuando, a veces solo somos Alejandro y yo, a veces se unen los más chicos (que ahora ya andan en los veintes). Pero sigo sintiendo lo mismo, siempre es una celebración, donde el tiempo pierde peso, el estrés desaparece y la vida no parece tan espesa, solo somos unos niños jugando, disfrutando, sonriendo, compitiendo y soñando. 

Gracias al fútbol mi vida está cargada de recuerdos muy luminosos y felices: Mi tío Guillermo (el doctor) dominando el balón y diciendo "quisiera que se me cayera, pero no puedo", Carlos quitándome el balón sin que me dé cuenta, Moises dandome consejos de cómo armar una jugada bonita, Memo pegándole con parte externa del pié mientras se ríe, Cristian metiendo golazos imposibles para después fallar a un metro de la portería y sin portero, Pedro intentando jugadas de los supercampeones y contando anécdotas inverosímiles, mi papá lanzando una chilena, Hector impasable e imparable, Temo haciendo lo mejor posible (jejeje). David, Daniel, Lalo y mi hermano Fer en la cancha de las vías del tren, la primera vez que pude golpear el balón con efecto entrenando con Alejandro sin importarnos la cancha inundada por el aguacero, etc, etc, etc. 

Todo en escenarios improvisados como La congeladora con sus palmeras poncha balones, la cancha de basquetbol de Pemex que olía a residuos químicos, la canchita junto a las vías del tren donde el pavimento se levantó y tuvimos varios accidentes serios, la calle afuera de la casa de mi abuela con el portón del terreno baldío como portería, el taller de mi abuelo que llenaba de grasa todo lo que entraba, las canchas de Policía y Tránsito; sede del torneo anual de tiro de penales cada 25 de diciembre, entre otros lugares especiales. 

Es por todo esto que ahora, siendo mujer trans, sueño con encontrar un lugar adecuado para seguir jugando, con mujeres, con hombres, como sea. Llevo casi treinta años jugando fútbol y en ningún momento he dejado de disfrutarlo, y sé que encontraré la manera de seguir haciéndolo. Hace algunos días nos juntamos con Alejandro, mi primera vez chutando un balón como mujer trans, y no ha cambiado nada, ambos estamos cerca de los cuarenta y nos sabemos de memoria las mañas del otro. Llegará el día en que estos encuentros cada vez más fortuitos dejen de suceder, llegará el día en que ya no pueda jugar fútbol, pero no será ahora. 

viernes, 22 de mayo de 2020

Cowboy Bebop; un viaje frenético hacia el vacío existencial




El anime de finales de los años noventa Cowboy Bebop ha pasado a la historia como una obra maestra de Shinichiro Watanabe. Ambientada en un futuro muy cercano, un grupo de caza recompensas recorre la galaxia en busca de ganarse la vida. Los personajes, entrañables y complejos, luchan por hacer su trabajo y lidiar consigo mismos dentro de una nave espacial llamada Bebop. Pero ¿cuál es el trasfondo que podemos encontrar dentro de esta historia que salta de un momento a otro, de una época a otra, sin permitirnos descubrir, hasta el final, el hilo conductor trágico que une a estas almas ambulantes? En este artículo presento una opinión personal que tal vez encuentres interesante. ALERTA DE SPOILER

                                     

Soledades compartidas

Desde un inicio encontramos fragmentos de una vida pasada en la que el protagonista Spike Spiegel parece haber dejado una historia inconclusa. Jet Black nos muestra momentos de su pasado como policía y los rezagos de una relación tóxica. Faye Valentine vive en otro tiempo que no es el suyo, trata de adaptarse pero sin lograrlo, su falta de identidad le impide saber qué esperar de ese nuevo mundo. Ed es una niña perdida, con una inteligencia privilegiada, pero sola. Ein, un perro de inteligencia superdotada, sólo ve ir y venir a sus amigos sin entender qué tanto buscan. Todos los personajes principales de esta historia parecen haber llegado a la Bebop porque sus vidas anteriores no funcionaron como lo esperaban y terminaron vagando por el espacio. Van arriesgando sus vidas porque en algún momento perdieron el sentido y en sus soledades compartidas puede ser que, sin querer, hayan encontrado el verdadero fin de la existencia.

Convivir sin apegos

Todos en la Bebop van y vienen a sus anchas, cada uno siguiendo pistas por su cuenta para luego, de vez en cuando coincidir y comenzar de nuevo el ciclo, esto se repite tantas veces que, al final, cuando cada uno decide retomar al fin historia inconclusa, no nos sorprende demasiado la abrupta y violenta separación. Incluso las aventuras que viven buscando y atrapando, de vez en cuando, a sus presas parecen tener otras recompensas menos gratificantes que el dinero, experiencias amargas, tristes, bizarras y agridulces son las que encuentran en sus empresas. Todo parece suceder en una especie de limbo en el tiempo y espacio de sus vidas, como si todo aquello fuera solo el preludio del final, la muerte anunciada.

El sentido de la vida

Al final de la serie, cada uno se encuentra cerrando su propio circulo, pero no es un cierre que nos brinde bienestar o alivio, al contrario, volvemos de súbito a enfrentarnos al verdadero sinsentido de la existencia. Terminamos preguntando ¿y todo esto para qué? Si al final la muerte alcanza al más hábil y carismático, si el que tiene que irse se irá, si el pasado tarde o temprano nos ha de alcanzar. Al final siempre terminamos solos y lo que pensamos que somos resulta ser solo un sueño del que no puedes despertar. De este modo Cowboy Bebop muestra una faceta del ser humano solitario, ávido de aventuras en pos de la supervivencia, construyendo cosas, cosas y más cosas para al final verlas disolverse en la nada.

Esta serie de animación japonesa cuenta con una calidad de primer nivel en cuanto a animación, historia y no se diga el soundtrack, pero lo más valioso puede ser el hecho de que logra enfrentarnos a una realidad irrefutable que se desenvuelve dentro de notros mismos, preguntas que nos acompañan toda la vida y se quedan sin respuestas, que se resumen en una sola gran incógnita ¿cuál es el sentido de todo esto?

Si quieres echarle un vistazo te dejo el link: 

https://animeflv.ru/anime/3534/cowboy-bebop-subbed 

 

See you Space Cowboy…          


El accidente

  No alcanzó a frenar, tal vez porque estaba ebrio. Pero él siempre estaba ebrio, así estaba acostumbrado a manejar. Todos frenaron excepto ...