Al abrir la puerta de aquel pasillo aprendí un nuevo lenguaje de señas. El humano siempre encuentra la forma de comunicarse. Aunque sea a través de una ventana a mil pasos de distancia.
Tuve cama; el piso de la regadera. Por la noche no podía dormir, hacía falta resolver algún pendiente. La gargola, las sardinas, el faraón, todos dormían. Yo lo hice poco después.
Nos despertaron a las cinco de la mañana, habría un cambio inesperado. Fue entonces que comprendí, claro, había hecho falta tapar el agujero del retrete. La rata salió cuando ya no vió la luz de ningún ojo. Logró morder los pies de todos, pero más los de las sardinas. Todo por no tapar el maldito agujero.
Me dejaron libre al día siguiente. Solo duré diez días en aquella celda. Me fui con una advertencia clara: si osaba volver me esperaban dos tablazos en las nalgas.
Shirley La Bue. Microrrelato. El pendiente