Agente Libre
Blog sobre humanismo, sociología, arte y cultura pop.
sábado, 12 de diciembre de 2020
El accidente
viernes, 11 de diciembre de 2020
El pendiente
Al abrir la puerta de aquel pasillo aprendí un nuevo lenguaje de señas. El humano siempre encuentra la forma de comunicarse. Aunque sea a través de una ventana a mil pasos de distancia.
Tuve cama; el piso de la regadera. Por la noche no podía dormir, hacía falta resolver algún pendiente. La gargola, las sardinas, el faraón, todos dormían. Yo lo hice poco después.
Nos despertaron a las cinco de la mañana, habría un cambio inesperado. Fue entonces que comprendí, claro, había hecho falta tapar el agujero del retrete. La rata salió cuando ya no vió la luz de ningún ojo. Logró morder los pies de todos, pero más los de las sardinas. Todo por no tapar el maldito agujero.
Me dejaron libre al día siguiente. Solo duré diez días en aquella celda. Me fui con una advertencia clara: si osaba volver me esperaban dos tablazos en las nalgas.
Shirley La Bue. Microrrelato. El pendiente
lunes, 14 de septiembre de 2020
Fútbol; una celebración de la vida.
Mi historia con el fútbol
Hace apenas cinco meses que me descubrí como una mujer transgénero. Han surgido muchas dudas respecto a cómo encontrar mi lugar en la sociedad, pero uno de los más importantes, aunque pueda llegar a sonar algo banal, es ¿en dónde y con quién podré jugar fútbol?
Crecí con el fútbol como parte de la vida. Mi padre es uno de tantos ejemplos del "casi jugar como profesional" y fue mi primer gran ídolo del fútbol. Verlo volar en la portería era como ver a un superhéroe en vivo y en acción. Además crecí en una familia llena de tíos que amaban jugar fútbol. Cada sábado era casi obligatorio juntarse para la cáscara. Ahí, en cada una de las canchas improvisadas, ya fueran con pequeñas porterías de metal o simplemente con cuatro piedras, sucedían encuentros maravillosos, jugadas memorables, rivalidades a muerte y complicidades efímeras y eternas.
Después de cada batalla, de regreso a casa de mi abuela, nos esperaba con jarras enormes con agua fresca de sandía, guayaba, ciruela, naranja, etc. Comíamos discutiendo cuales habían sido las mejores jugadas, nos reíamos de algúno que otro accidente y no faltaba el ardido que se sentaba a comer en las escaleras sin hablar con nadie. El cuerpo se enfriaba y empezaban a doler los golpes que no habíamos sentido al calor de la competencia. Ganar o perder sí era importante, pero nunca definitivo. Al siguiente sábado tendrías otra oportunidad.
Siempre he pensado que tuve muchos hermanos mayores, en cada juego me enseñaban algo nuevo, desde cómo patear correctamente el balón hasta cómo enfrentar una derrota, pasando por tolerar al otro que no hacía bien su trabajo según mi opinión y el nunca burlarse del vencido. Ellos tuvieron un papel importante en mi desarrollo, aunque no lo supieran.
De niño no era muy bueno, a veces me enojaba por las burlas y me iba a jugar a otra cosa. Pero nunca me dí por vencido. Mi tío Alejandro, que es apenas dos años mayor que yo, siempre fue mi compañero de entrenamiento. Crecimos viendo jugar al Brasil de los noventas, tratando de imitar a Romario, Ronaldo y Roberto Carlos, admirando la clase de Zinedine Zidane con Francia, la rapidez de Michael Owen con Inglaterra y el férreo catenaccio de Italia con Maldini. Nuestra rivalidad nos volvía cada vez mejores, el me retaba constantemente y yo a él. Cada fin de semana llegábamos con nuevos retos, competimos en dominadas, fútbol-tenis (o cuadrito, como nosotros le decíamos), filigranas que veíamos en la tele, colgábamos llantas para ver quién le daba al centro, con parte interna del pié, con parte externa, dominabamos latas de aluminio aplastadas, tirábamos penales, entre muchas cosas más. Soñábamos con ser profesionales, con entrar a la cancha en un estadio repleto de espectadores y jugar con la selección mexicana. Pero no era el fin, el fin siempre fue divertirnos y competir.
Así fue como llegué a obtener un nivel decente. Ya en la secundaria jugaba seis o siete días a la semana, ya fuera en la escuela, afuera con mis amigos o los sábados con mis tíos. Miraba todos los partidos que podía por televisión y de vez en cuando me encontraba gritando en el estadio los goles del Morelia, o mentando madres. El fútbol se volvió mi vida.
Después crecieron mis primos menores y se repitió el ciclo. Ahora los que antes admiramos y aprendimos nos volvimos los referentes cercanos, fue otra época maravillosa. Los más grandes se fueron ausentando pero a veces se nos unían. Aquello resultaba épico; las viejas rivalidades seguían allí, los grandes contra los chicos, los chicos contra los más chicos. La casa de mi abuela nos esperaba igual, como la guarida de siempre.
Pero un día fuimos más los grandes que los chicos y la vida de adulto tiende siempre a sepultar las cosas realmente valiosas. Hoy nos vemos de vez en cuando, a veces solo somos Alejandro y yo, a veces se unen los más chicos (que ahora ya andan en los veintes). Pero sigo sintiendo lo mismo, siempre es una celebración, donde el tiempo pierde peso, el estrés desaparece y la vida no parece tan espesa, solo somos unos niños jugando, disfrutando, sonriendo, compitiendo y soñando.
Gracias al fútbol mi vida está cargada de recuerdos muy luminosos y felices: Mi tío Guillermo (el doctor) dominando el balón y diciendo "quisiera que se me cayera, pero no puedo", Carlos quitándome el balón sin que me dé cuenta, Moises dandome consejos de cómo armar una jugada bonita, Memo pegándole con parte externa del pié mientras se ríe, Cristian metiendo golazos imposibles para después fallar a un metro de la portería y sin portero, Pedro intentando jugadas de los supercampeones y contando anécdotas inverosímiles, mi papá lanzando una chilena, Hector impasable e imparable, Temo haciendo lo mejor posible (jejeje). David, Daniel, Lalo y mi hermano Fer en la cancha de las vías del tren, la primera vez que pude golpear el balón con efecto entrenando con Alejandro sin importarnos la cancha inundada por el aguacero, etc, etc, etc.
Todo en escenarios improvisados como La congeladora con sus palmeras poncha balones, la cancha de basquetbol de Pemex que olía a residuos químicos, la canchita junto a las vías del tren donde el pavimento se levantó y tuvimos varios accidentes serios, la calle afuera de la casa de mi abuela con el portón del terreno baldío como portería, el taller de mi abuelo que llenaba de grasa todo lo que entraba, las canchas de Policía y Tránsito; sede del torneo anual de tiro de penales cada 25 de diciembre, entre otros lugares especiales.
Es por todo esto que ahora, siendo mujer trans, sueño con encontrar un lugar adecuado para seguir jugando, con mujeres, con hombres, como sea. Llevo casi treinta años jugando fútbol y en ningún momento he dejado de disfrutarlo, y sé que encontraré la manera de seguir haciéndolo. Hace algunos días nos juntamos con Alejandro, mi primera vez chutando un balón como mujer trans, y no ha cambiado nada, ambos estamos cerca de los cuarenta y nos sabemos de memoria las mañas del otro. Llegará el día en que estos encuentros cada vez más fortuitos dejen de suceder, llegará el día en que ya no pueda jugar fútbol, pero no será ahora.
viernes, 31 de julio de 2020
La necesidad de creer en un poder superior
¿Por qué los humanos necesitamos creer en algo más grande que nosotros?
¿Quién decide sobre nuestras creencias?
¿Se puede no creer en nada o creer en algo diferente?
viernes, 26 de junio de 2020
Miserables
Diferencia de clase
Separar a las personas por clases, tomando como parámetro el poder adquisitivo no me parece suficiente para comprender lo complicado de las diferencias sociales. Pensar que solo existen personas pobres y personas ricas es un criterio demasiado básico. Yo lo considero una separación absurda. Porque al final, tanto los personas que ganan más dinero por su trabajo como las que ganan menos, siguen siendo trabajadores. Un futbolista y un barrendero, al fin, siguen siendo empleados o están supeditados a poderes que los controlan.
Los “ricos” no son los responsables de la desigualdad, pero
tampoco los “pobres”. El problema son los que están por encima de todo ello:
los dueños de los hospitales que explotan al médico y los dueños de los
supermercados que explotan al cuidador de coches. Estas son las grandes corporaciones
que lucran con la búsqueda de bienestar, la tristeza y la esperanza. Todas
estas grandes corporaciones nos ofrecen lo que no tienen, pretenden adueñarse
de nuestra felicidad para después venderla. Digo pretenden, porque aunque
así lo parezca, no lo han logrado.
Un arquitecto que dedicó gran parte de su vida a sus
estudios para ofrecer un excelente servicio merece el poder adquisitivo que ha
logrado obtener. Un bolero que vive al día después de años de trabajar en el
mismo lugar y se ha vuelto un experto en su oficio merece ser reconocido y
respetado. ¿Y quién podría asegurar que uno es más feliz que el otro?
Los que creen dominar el mundo
El pequeño grupo de personas que cree dominar el mundo está
consciente de que aquello que ofrecen es
una mentira y luchan cada día por obligarnos a creerla. Pero no es porque sean
más poderosos que nosotros, al contrario, lo hacen porque también son conscientes
de su vulnerabilidad. Saben que ese concepto ficticio de felicidad que ellos
ofrecen no es más que un espejismo que se aleja conforme más nos acercamos. Ese
espejismo es lo que les permite sobrevivir.
Naturalmente somos capaces de ser felices con muy poco. El
concepto de felicidad es tan ambiguo que resulta absurdo creer que la única
manera de entenderlo es a través del poder adquisitivo. Pero históricamente
esta idea ha sido una herramienta muy poderosa para controlar a las personas.
El acto de hacerte pensar que no eres feliz te vuelve vulnerable a los que
comercian con la esperanza de encontrar la felicidad.
¿Quién sostiene a quién?
México es un país donde la mayoría de las personas se
sienten felices y también es uno de los países con más desigualdad. Aquí puedes
encontrar a las personas más humildes irradiando felicidad y disfrutando la
vida con lo poco o mucho que poseen. Se intuye de manera automática la mentira
y la manipulación. Es tolerada porque se cree que no nos afecta.
Todos los “marginados”, los “pobres”, los “vulnerables”, los
“menos afortunados” en realidad son los que sostienen al mundo. Generan la
energía, fuerza, voluntad, arrojo, valor, esperanza y alegría suficientes para
mantener su propia existencia. Pero, además, mantienen vivos a todos esos “poderosos”
que no pueden dejar de consumir, que se han consumido a sí mismos hasta
volverse agujeros negros, condenados a absorber todo a su alrededor para no
desaparecer. Por dentro están vacíos, no hay nada ahí, nada más allá de lo que
los “pobres”, en su infinita caridad les quieren dar. ¿Quiénes son, entonces,
los verdaderos miserables?
lunes, 22 de junio de 2020
La responsabilidad del artista
¿Quién es una artista?
¿Para qué necesitamos a los artistas?
Codependencia; ¿de quién depende nuestro bienestar?
Por lo general una persona desarrolla codependencia después de muchos años de vivir situaciones de alto estrés en su vida, como las pueden producir las personas cercanas con alguna adicción. Una característica principal de alguien codependiente es su incapacidad para aceptar sus propios sentimientos; sentir enojo, tristeza, desánimo, alegría, o cualquier otro sentimiento puede volverse algo imposible de aceptar en su propia persona. Se reprochan a sí mismos y reprimen esos sentimientos, que no desaparecen, sólo se esconden en algún rincón del ser, a la espera de alguna oportunidad de salir, por ejemplo, con pensamientos torturadores constantes que no son más que válvulas de escape, los cuales acompañan los días de estas personas y provocan que su vida sea algo difícil de sobrellevar.
Los permanentes
"debería de", "debí decir", "debí de hacer",
"debería de estar", son como taladros perforando la mente de un codependiente.
De manera constante y sistemática pueden pasar el día deseando estar en otro
lugar, haciendo otras cosas, soñando con otra vida diferente a la que tienen,
pero sin la claridad y asertividad que se requieren para llevar a cabo sus
planes. Se vuelve un sistema de tortura que forma parte de su vida diaria.
Vivir así no es saludable, pero un codependiente no puede dejar de hacerlo por
sí mismo, está fuera de control, fuera de sí. Ha pasado gran parte de su vida
reclamándose a sí mismo lo que los demás intentan hacerle entender pensando que
no se da cuenta. Sí se da cuenta, solo no sabe qué hacer con esas emociones tan
intensas.
La ira es un de esas emociones intensas que un codependiente acostumbra reprimir. Está furioso con las acciones de esa persona alcohólica o drogadicta con la que ha vivido, pero no puede decírselo porque el adicto tampoco es culpable de ser adicto, ya bastante está sufriendo al vivir esclavo del alcohol o de la droga, entonces el codependiente solo puede callar, enviar ese coraje a alguna parte de su cuerpo para que esta lo absorba. Sella las salidas del vapor haciendo que este se almacene hasta el grado de destruir su propia autoestima y descargar ese coraje contra sí mismo. Estás dinámicas en la vida del codependiente lo vuelven una persona con una tristeza permanente, o con un miedo enorme hacia la vida y hacia las personas, sentimientos que al no ser procesados de manera saludable tienden a provocar distintos grados de depresión, ansiedad o adicción.
Siempre es importante acudir con un especialista, buscar ayuda es el primer paso para desprenderse de este malestar. Como lo dije al principio, ser codependiente no tiene nada que ver con ser buena o mala persona, mucho menos con ser incapaz, es solo una forma de ser que nos está lastimando. Por consecuencia lo más sano y prudente es aceptar lo que somos, sin juzgarnos. Aceptar también que podemos estar mejor, que nuestro bienestar depende en su mayoría de nosotros mismos. Cada uno sabemos dentro de nosotros lo que deseamos de la vida, lo que nos hace felices y lo que nos lastima.
Como codependiente en recuperación puedo decirte que acudir a terapia y sobre todo; aprender a aceptarme, poco a poco me ha cambiado la vida, me doy cuenta ahora de lo insufrible que se había vuelto mi mundo y agradezco a mí mismo todos los días el haber tomado la decisión de buscar ayuda y cambiar para bien. Anímate, la vida no es ese oscuro callejón sin salida que imaginamos, tenemos derecho a sentirnos bien, hacer lo que nos gusta, disfrutar de la compañía de los demás, y sobre todo, tenemos derecho a equivocarnos y volverlo a intentar, dejemos de ser tan severos con nosotros mismos, somos simplemente seres humanos.
El accidente
No alcanzó a frenar, tal vez porque estaba ebrio. Pero él siempre estaba ebrio, así estaba acostumbrado a manejar. Todos frenaron excepto ...
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Photo by Baylee Gramling on Unsplash Mi historia con el fútbol Hace apenas cinco meses que me descubrí como una mujer transgénero. Han su...
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